Foto de VIII BIAU
O artigo, da autoria de Anatxu Zabalbeascoa, publicado no blog do jornal El País, denominado Estirador, tem o título: "Minimalismo con boina":
Rara
vez un edificio consigue tanto y delata tan poco sacrificio. El asilo que Francisco y Manuel Aires Mateus han
levantado en Alcácer do Sal, en el Alentejo portugués, lee a la vez
la vida de sus futuros ocupantes, repiensa el programa habitual de los geriátricos
combinando las instalaciones de un hotel con las de un hospital, atiende al
lugar, redefine una tipología y retrata a los autores del proyecto. Así, el
asilo es a la vez muro y sendero, una suma de unidades independientes y un gran
edificio común.
Uno
de los muchos problemas que entorpecen la vida de los ancianos es el de la
movilidad, la dificultad para trasladarse. Y otro mayor puede derivarse de que
los viejos decidan no moverse. Francisco y Manuel Aires Mateus estudiaron las
normas no escritas de la microsociedad que forman los ocupantes de los asilos.
Más que en ningún otro momento de su vida, los ancianos sufren y disfrutan los
edificios. La arquitectura puede cambiarles la cotidianidad facilitándoles
ocupaciones previsibles pero dejándoles espacio para que existan imprevistos.
Este asilo encargado por la Santa Casa de Misericordia del pueblo trata de
alegrar los días de los viejos. Por eso, en esta ocasión, el minimalismo
exquisito de los hermanos Aires Mateus se pone boina: para meterse en los
zapatos de los residentes de su inmueble.
Fue
la dificultad de los movimientos lo que, lejos de convertir el asilo en un
laberinto de rampas, llevó a pensar e investigar a los arquitectos. Si cada movimiento
es costoso, difícil y hasta doloroso, era preciso hacer que los desplazamientos
merecieran la pena, que el esfuerzo tuviera premio, que las emociones se
juntaran con las funciones a la hora de desplazarse por el asilo. El retranqueo
de los diversos módulos que forman el edificio ofrece esa posibilidad. Los
pasos están rotos, las vistas varían, los senderos se entrecruzan. Los
arquitectos pensaron en las necesidades de los ancianos como colectivo,
atendieron a las normas de esa microsociedad. Pero trataron de dirigirse a los
usuarios del asilo como individuos, con las necesidades de todos de
relacionarnos y mantener un recinto privado. Por eso las habitaciones de este
asilo son casi casas, unidades que fragmentan, sin romperla, su pertenencia al
edificio común. Espacialmente, el inmueble es un cuerpo zigzagueante al que los
arquitectos han ido sustrayendo cubos que han convertido en patios de luz y
miradores.
El
programa -“mezcla entre hotel y hospital”, explican los proyectistas- busca
llevar luz y calidad contemplativa a las habitaciones de los inquilinos. Así,
en todas las estancias, un paño entero de la pared es de vidrio. El retranqueo
del edificio no solo busca emular los meandros topográficos, también trata de
preservar la privacidad de los ocupantes sin robarles luz ni vistas. Al final,
ese gesto que atiende al suelo y a las necesidades de los usuarios también
consigue añadir expresión a un proyecto suma de módulos en el que conviven,
parece que plácidamente, tantas voluntades.
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