sábado, 14 de abril de 2012

Eduardo Galeano, "Los hijos de los días"

Foto: Eugenio Mazzinghi

El uruguayo Eduardo Galeano (Montevideo, 1940) ha escribo un libro con forma de calendario. Cada jornada de un año es una historia situada en distintos lugares del mapa y el tiempo. En total 366 relatos -recordemos que 2012 es uaño bisiesto- encerrados en un volumen titulado "Los hijos de los días". “Lo escribí a partir de un testimonio que recogí, de bocas mayas, en Guatemala, hace ya unos cuantos años, y que ahora da título al libro: creen los mayas que somos hijos de los días, hijos del tiempo, y se me ocurrió que de cada día nacería una historia, porque nosotros, los humanitos, estamos hechos de átomos pero también de historias", cuenta Galeano. El libro del autor de "Las venas abiertas de América Latina" sale a la venta el próximo 16 de abril y Babelia ofrece en exclusiva una selección de textos en exclusiva hecha por el propio autor.


Este libro tiene mucho que ver con el anterior, "Espejos una historia casi universal" (2008) pero cuentan con una estructura diferente. Su intención: "mirar el universo por el ojo de la cerradura, contar la historia grande desde las historias chiquitas" desde el origen, con Adán y Eva, a las islas Malvinas, por ejemplo. ¿Sabía usted que hasta 1990 la homosexualidad fue una enfermedad mental, según la Organización Mundial de la Salud? ¿que la timidez sigue siéndolo según la American Psychiatric Association? ¿o que la primera escritora en la historia de la literatura universal se llamaba Enheduanna, y con ese nombre firmaba sus versos, escritos en tablillas de barro, hace cuatro mil trescientos años? A partir de preguntas como estas tres contesta Galeano que no se cansa de criticar el racismo y el militarismo.

(artigo da autoria de Elisa Silió publicado no dia 12 no site do jornal El País)

¿Cuántos escritores pueden llenar el Solís? ¿Y no una, sino dos veces? Eduardo Galeano realizó anoche, con sala completa, la primera de dos sesiones de lectura de Los hijos de los días, su más reciente libro.

En medio de una pequeña porción de su feligresía -que es realmente mundial- el autor de Las venas abiertas de América Latina leyó durante una hora y media tramos de su nueva obra, en la que sigue exhibiendo una predilección por pulidísimos textos breves, que alcanzó su pico en la trilogía Memoria del fuego (1982-1986). Aquí, los fragmentos están ordenados por fechas, pero no cronológicamente: son la excusa para acudir a un hecho histórico del pasado remoto o reciente.

Con similar disposición lúdica hacia el almanaque, Galeano repasó decenas de esos 366 textos. Entre aplausos y risas -su voz acentúa la comicidad de aquello que en la lectura directa puede parecer simplemente irónico-, el escritor, de 72 años, saltó de fecha en fecha, atendiendo tanto a la continuidad temática como al ánimo de la tribuna, y abandonó en varias ocasiones el “fechado” de sus textos.

El hilo conductor de su discurso es el antiimperialismo, en sentido amplio: no se trata sólo de cuestionar el dominio militar y económico de Estados Unidos, sino de ponerlo en perspectiva comparándolo con las prácticas del imperio británico, el napoleónico, el luso, el español, el romano. La sospecha de la tecnología (automóviles incluidos) acompañada de la veneración a las tradiciones precolombinas, el latinoamericanismo, la confianza en el intelecto y la creatividad como herramientas del verdadero progreso, la idea de que “el mundo está al revés” y la seguridad de que se puede enderezar siguen marcando grandes líneas en Los hijos de los días.

Tal vez parezca inadecuado hablar de “fieles” para aludir al auditorio de un escritor que, como hace cinco décadas, cuestiona permanentemente a la religión occidental. Sin embargo, no es la espiritualidad en sí la que Galeano pone en el banquillo de los acusados, sino la relación entre la iglesia y el poder. Por eso, no tiene problema en acudir a mitos, cristianos o no, para ilustrar mejor un ejemplo. En Los hijos de los días Galeano vuelve a dar pequeñas clases de religión comparada, que si bien ponen al descubierto el carácter demasiado humano de nuestras creencias, rescatan el valor de la esperanza.

Así, es posible leer el último texto del libro como algo distinto a una despedida. Correspondiente al 31 de diciembre, es una de las pocas entradas en las que la fecha no guarda relación con el relato. Allí, Galeano glosa el consejo que daba el romano Serenus Sammonicus para conseguir la inmortalidad: colgarse en el pecho la palabra Abracadabra, que en hebreo antiguo significa “envía tu fuego hasta el final”.

(artigo de JG Lagos pubicado no site do jornal uruguaio La Diaria)

Três dos textos do livro selecionados pelo autor:

Setiembre

28

Día del derecho a la información

Quizá sea oportuno recordar que un mes y pico después de las bombas atómicas que aniquilaron Hiroshima y Nagasaki, el diario The New York Times desmintió los rumores que estaban asustando al mundo.

El 12 de setiembre de 1945, este diario publicó, en primera página, un artículo firmado por su redactor de temas científicos, William L. Laurence. El artículo salía al encuentro de las versiones alarmistas y aseguraba que no había ninguna radiactividad en esas ciudades arrasadas, y que la tal radiactividad no era más que una mentira de la propaganda japonesa.

Gracias a esta revelación, Laurence ganó el premio Pulitzer.

Tiempo después, se supo que él cobraba dos salarios mensuales: The New York Times le pagaba uno, y el otro corría por cuenta del presupuesto militar de los Estados Unidos.

Octubre

12

Día del Descubrimiento

En 1492, los nativos descubrieron que eran indios,

descubrieron que vivían en América,

descubrieron que estaban desnudos,

descubrieron que existía el pecado,

descubrieron que debían obediencia a un rey y a una reina de otro mundo y a un dios de otro cielo,

y que ese dios había inventado la culpa y el vestido

y había mandado que fuera quemado vivo quien adorara al sol y a la luna y a la tierra y a la lluvia que la moja.


Noviembre

22

Día de la música

Según cuentan los memoriosos, en otros tiempos el sol fue el dueño de la música, hasta que el viento se la robó.

Desde entonces, para consolar al sol, los pájaros le ofrecen conciertos al principio y al fin de cada día.

Pero la música ha sido vencida. Los alados cantores no pueden competir con los rugidos y los chillidos de los motores que gobiernan las grandes ciudades. Ya no se escucha el canto de los petirrojos. En vano los escasos ruiseñores se rompen el pecho queriendo hacerse oir, y el esfuerzo por sonar cada vez más alto arruina los trinos de los mirlos y las voces de los benteveos.

Y ya las hembras no reconocen a sus machos. Ellos las llaman, virtuosos tenores, irresistibles barítonos, pero en el estrépito ellas no distinguen quién es quién, y terminan aceptando el abrigo de alas extrañas.

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