segunda-feira, 12 de novembro de 2012

Ang Lee: “La cultura no es como la economía, se tarda décadas en desarrollarla”


Foto de Lee Jin-Man
Se acerca andando lentamente por la terraza de un hotel de lujo en el litoral de Barcelona. A pocos metros de allí, miles de turistas se tuestan bajo un sol de justicia, pero a Ang Lee (1954, Pingtung, Taiwán), lo del moreno le importa poco, ha venido a la capital catalana con una misión concreta, presentar La vida de Pi, adaptación al cine de la novela de Yann Martel que se convirtió en best seller hace 10 años y que se estrena el 30 de noviembre.
Lee es un hombre pequeño, tímido y –a juzgar por su tono de voz– humilde. Sonríe continuamente y sus respuestas son largas y anchas, con un inglés inmaculado sazonado con un acento que le recuerda al interlocutor que un día, antes del salto a Hollywood, este señor arrasaba en su patria natal. Su aventura estadounidense empezó con Sentido y sensibilidad, un reto mayúsculo que resolvió con una solvencia indiscutible. Allí, con su ópera prima en territorio yanqui, consiguió romper el muro de un solo golpe y modelar su nueva criatura, la durísima La tormenta de hielo, donde demostraba que las emociones eran un lenguaje común a cualquier civilización, oriental u occidental.
Sin embargo, Lee decidió llevar una doble vida a ambos lados del charco después del fiasco que supuso Cabalgar con el diablo. De esta filosofía de “en casa como en ninguna parte” surgiría su éxito más rotundo hasta la fecha: Tigre y dragón. Aquel filme que hundía sus raíces en los clásicos de artes marciales y que lucía un increíble envoltorio visual acabaría dándole cuatro Oscar, entre ellos, el de mejor película de habla no inglesa, y afianzando su posición en el Olimpo de los directores más deseados por el viejo Hollywood, el que aún se rige por el sistema de los grandes estudios.
De este entente privilegiado nacerían (paradójicamente) su mayor éxito y su mayor fracaso: Brokeback mountain y Hulk. La adaptación del cómic de Marvel que protagonizaba Eric Bana fue una gran decepción a nivel de taquilla, y muchos le reprocharon un excesivo cuidado que no encajaba con la historia de aquel incontrolabe gigante verde. Sin embargo, dos años después, Lee volvería por la puerta grande con un drama disfrazado de western de voluntad crepuscular (aunque los protagonistas fueran jóvenes vaqueros) en el que trataba un tema tan peliagudo para la América tradicional como la homosexualidad. La película, un canto a la tolerancia, arrasó en los cines y llevó al de Taiwán hasta el podio final: el Oscar a mejor director.
Ahora vuelve, después de un par de trabajos cuya repercusión fue mínima, a las grandes ligas del séptimo arte, con una historia de un niño atrapado en una barca con lo más granado del mundo animal y dejado a merced de los elementos. Un proyecto que muchos consideraban un imposible, pero que se ha hecho realidad por pura testarudez, la de un hombre pequeño y tranquilo, pero con la energía de un ejército.
Parecía imposible que pudiera usted salirse con la suya. ¿Qué ha pasado todo este tiempo para que ‘La vida de Pi’ haya podido hacerse realidad? ¿Cuánto tiempo tiene? [Sonríe] Bueno, el problema era el presupuesto, desde el principio. Por la complejidad de la novela resultaba difícil hacerla con un presupuesto de, digamos, cine independiente, humilde. Así que cuando escribí el guion ya les dije a los de arriba que no podría hacerse con poco dinero, que necesitaríamos más, porque con menos no la haría. Mientras ellos se lo pensaban, yo empecé a trabajar en la previsualización de la película, así que antes siquiera de tener luz verde ya contaba con 75 minutos de animación, con un océano entero, con todo lo que necesitaría luego. Cuando nos dieron el sí empezaron los problemas de verdad: ne­­cesitaba, por ejemplo, construir un tan­­que para crear olas, algo que no se había intentado hasta entonces, pero que resultaba imprescindible. En Estados Unidos era imposible (el presupuesto se disparaba), y entonces pensé en Taiwán, porque allí harían cualquier cosa por mí [sonríe]. Así que hablé con el alcalde de Taichung, que es la tercera ciudad en tamaño en Taiwán, y me cedieron un aeropuerto abandonado. Allí construí el tanque, donde podíamos imitar la textura del agua en mar abierto, y lógicamente, los costes fueron mucho más pequeños. Como puede imaginarse, cada paso del proceso llevaba meses… La aceptación del guion, el presupuesto, la preproducción, la pos­­­­producción, la promoción… No se acababa nunca.
¿Ha sido su proyecto más costoso? Por supuesto. Piense que a mí, una película acostumbraba a llevarme un año o dos, y con esta me he pasado muchísimo más. La preparación, los seis meses de rodaje, la larguísima posproducción. Muchísimo tiempo. No sé si podría volver a dedicar tanto a un solo proyecto.
Da la impresión de que no acababan de fiarse de usted… [Risas] La verdad es que hasta que no vieron las primeras imágenes yo también lo pensaba; después de eso les convencí. Pero, bueno, es que yo hago películas especializadas; de todos los tamaños, pero especializadas, y llega un momento en que el departamento de marketing se suma al proyecto, y esa parte ya no la disfruto nada [sonríe]. Entiendo que es importante estudiar cómo deben posicionar el filme con vistas a venderlo a la audiencia, pero eso se me hace muy raro. Y con una película como esta quieres llegar a una audiencia masiva. Yo tengo ese dilema; no es que sea arte versus economía, pero es algo así, y ese momento me causa cierta vergüenza. Creo que lo máximo a que un director puede aspirar es a hacer una película grande que sea especial, pero eso es complicadísimo.
¿Y cree que usted puede ser ese director? No quiero pecar de inmodesto, pero creo que puedo dirigir cualquier cosa, grande o pequeña. Hay algunos directores a los que les asustan los gran­­des presupuestos y acaban derretidos detrás de la cámara, pero a mí no me asustan los grandes presupuestos, tampoco los pequeños. Lo que me molesta, como le decía antes, es todo ese proceso en el que los estudios deciden cómo van a vender tu película. Supongo que con una película todo el mundo tiene un sueño y trata de hacerlo realidad, incluso el estudio, pero al final es difícil compaginar tus sueños con los suyos.
Se ha hablado mucho de la dificultad que presenta adaptar un libro como ‘La vida de Pi’, especialmente si uno ha leído el libro y conoce el final. ¿Está de acuerdo? Bueno, para mí no es difícil mantener a la gente atenta a la película, hayan o no hayan leído el libro. Creo que las dificultades son puramente cinemáticas y pasan por adaptar un libro intelectual, de cariz filosófico, para adul­­tos. Convertir eso en emoción es lo difícil, porque las películas funcionan en un sentido muy distinto a las palabras. Ese es, en mi opinión, el verdadero reto. Por decírselo de otra manera: un libro es un libro [carcajadas].
Por lo que hemos visto de la película, los efectos visuales van a resultar claves: ¿comparte usted aquello que decía Steven Spielberg de que lo más complicado de los efectos especiales es que no se apoderen de tu película? Depende. Para mí, los efectos especiales son la mejor parte, no hay política ni intromisiones; se trata solo de crear esas imágenes que pueden ayudarte a construir tu película. En cierto modo, lo que haces es imitar el trabajo de Dios. Por supuesto, no estoy hablando de los Transformers ni de nada parecido, sino de alguien que tenga la voluntad de tratar de ser realista. Piense en crear cosas como el tiempo, el cielo, el agua, las personas… ¿Cómo imitar el trabajo de Dios y hacerlo creíble? Esa es la parte más difícil del trabajo. Pero creo que sí, que Spielberg tiene razón, los efectos especiales pueden robarte la película a poco que te descui­­des. Creo que a veces olvidamos que toda esa tecnología tiene que servir a un propósito dramático, a la voluntad de reforzar el retrato de la realidad. Repito: no hablo de los Transformers [sonríe].
‘La vida de Pi’ no se parece a nada que haya hecho antes, y eso puede decirse de todas sus películas: ninguna se parece a las anteriores. ¿Está usted empeñado en cambiar continuamente de tema o es algo más complicado? Algo así: digamos que no hay ningún género que me atraiga más que otro y que simplemente me dejo seducir por el material. No pienso: “Oh, esto es un western y no he hecho aún ningún western”, no funciona así. Digamos que si el guion me gusta y creo que es algo nuevo, donde puedo aprender y disfrutar, no tengo problemas en hacerlo, ya sea una comedia o un thriller. No tengo tabúes de género, nunca los tuve.
Leí una entrevista en que decía usted que antes de romper las reglas de un género hay que saberse al dedillo esas reglas… Sí, por supuesto. Si voy a hacer una película de terror estudiaré cómo son las reglas de ese género y cuáles son los instrumentos que utiliza para comunicarse con la audiencia, y después trataré de romper uno o dos, para aportar mi propia visión al juego. Pero hay que tener claro que es imposible romper ninguna regla o protocolo cinematográfico en ningún genero si no los conoces como si fueran de tu familia.
Hablando de reglas y protocolos, ¿lo de rodar ‘La vida de Pi’ en 3D ha sido por voluntad propia o por exigencias ajenas? Yo quería trabajar con el 3D, creo que es una nueva forma de arte absolutamente legítimo. Ahora bien, es importante tener en cuenta que el 3D actual es absolutamente torpe, casi rústico. El 2D tiene 100 años, y solo por eso es injusto comparar ambos formatos. Lo que me gusta del 3D es que tienes una nueva lista de reglas y eso me parece muy excitante; lo del 2D ya lo conozco, pero con el 3D es como empezar de nuevo. De repente, la cámara ya no es plana y puedes crear profundidad, no tienes que fingirla, pero al mismo tiempo esa profundidad es de algún modo elusiva… Me parece francamente emocionante. Avatar legitimó el formato en su momento, pero de eso ya hace tres años, necesitamos seguir avanzando. Hay que ver que las cámaras o los proyectores son aún muy primitivos, porque las tres dimensiones son como un niño dando sus primeros pasos: no le vas a exigir que corra de buenas a primeras, hay que dejarle cierto margen.
¿Espera ver usted películas independientes en 3D en un futuro no muy lejano? ¿Independientes? Claro, por supuesto que espero verlas y creo que no tardarán demasiado. El formato se irá abaratando y será más sencillo. Además, ¿quién quiere ver algo plano cuando le puedes dar forma y profundidad? [Risas]. Al menos esa es mi opinión. Lo que sí puedo decirle es que ahora mismo me atrae seguir trabajando con las tres dimensiones, y eso es lo que voy a hacer.
Con la idea de Peter Jackson de rodar ‘El hobbit’ a 48 fotogramas por segundo, el doble de la velocidad estándar, se desataron todos los infiernos… Los ojos son muy divertidos, vemos y generamos ilusiones, construimos imágenes y las juntamos. En cierto modo es como la vida: si ves algo nuevo que no esperabas ver, lo rechazas de entrada. Creo que los filmes de animación han sido mucho más eficaces en ese sentido y están abriendo camino para probar determinados instrumentos. Por ejemplo, el 3D que he utilizado para La vida de Pi ha sido muy problemático tanto técnica como conceptualmente, y eso porque, aunque el lenguaje de las dos dimensiones funcione igual en 3D (es el mismo lenguaje cinemático), el formato es total­­mente distinto y necesita ser desarrollado. Por eso creo que, a medida que el 3D o los 48 fotogramas por segundo sean más accesibles, veremos toda clase de innovación y avances. No he visto lo de El hobbit, pero tengo mucha curiosidad.
¿Cree que el próximo gran salto del cine será puramente tecnológico? Así ha sido desde el día uno; la tecnología es lo que ha hecho avanzar el séptimo arte desde hace cien años. Pongamos por ejemplo la llegada del digital y la desaparición del celuloide. Durante diez años me he negado a abandonar el celuloide, pero al final me han convencido, y habiendo probado ambos formatos puedo decir que el digital es netamente superior.
¿No siente nostalgia? No, ¿por qué debería? El tiempo se mueve, las cosas cambian, no puedes limitarte a sentir nostalgia, es el ciclo natural. Yo me negué una y otra vez a renunciar al celuloide, pero creo que el digital es el futuro.
Usted nació en Taiwán, así que conoce bastante bien la situación en China. ¿Cree que va a ser el próximo gran coloso cinematográfico, aunque sea solo por una cuestión de potencia financiera? Es un tema interesante y lo que puedo decirle es que no sé qué va a hacer China con todo ese dinero. La cultura no es como la economía, se tarda décadas en desarrollarla y asentarla, y no puedes hacerla crecer a base de dinero: no es una cosa que explote en diez minutos. No es que tengas dinero y todo se convierta en un paraíso. Además, en el caso de China hay que pensar en cómo el sistema político se relaciona con la cultura, y eso es aún más complicado. Yo vengo de Taiwán, pero nuestra historia es muy diferente. En cualquier caso, lo que está claro es que las películas que hacen no van más allá de China, y creo que va a llevarles bastante tiempo solucionar eso.
Este es su proyecto más ambicioso, ¿siente mucha presión? [Sonríe] Siempre hay presión, al principio estaba muy nervioso cuando me dijeron que los estudios querían pasar fragmentos de la película en diversos encuentros con exhibidores. Mi preocupación partía de que sin contexto no se pueden sacar conclusiones, y esto me lleva a pensar que ellos promueven una cosa, y yo, otra: ellos hacen películas basadas en una fórmula y las promocionan de esa manera, pero La vida de Pi no es esa clase de películas. Espero que sepan lo que hacen. Quizá lo saben… O puede que no [risas].
Una última pregunta: nunca ha sido usted un cineasta de encargos y, de hecho, jamás se le relaciona con ningún proyecto que no sea el que está rodando en ese momento, ¿es algo parecido a una filosofía de trabajo? Es mi filosofía de trabajo, no quiero hacer cosas en las que no vaya a involucrarme del todo, porque acostumbro a pensar 24 horas al día en lo que hago. Si tuviera que pasarme dos años trabajando en algo que no me apetece nada, no estaría siendo fiel a mí mismo. Por eso solo ruedo mis propios proyectos y solo acepto los de otros si realmente siento entusiasmo por ellos.
(retirado do artigo publicado no site do jornal El País, que pode ser lido aqui)

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